Celebrar el Día Internacional del libro Infantil y Juvenil nos permite recordar los colores de las bibliotecas, de las aulas de infantil, corear la música que nos hace reír a carcajadas y recordar las historias locas que nos hacían conciliar el sueño. Es una fecha para poner en valor los títulos que, cada vez con más frecuencia, aportan arcoíris a un momento donde aún se sigue cuestionando la infancia y las familias diversas.
Me viene el recuerdo del primer cuento LGBTI que tuve en mis manos, Cebollino y Pimentón (Bellaterra, 2010), una historia real que nos habla de dos pingüinos machos que desean formar una familia. Se trata de una familia que puede configurarse gracias a los valores de una comunidad totalmente solidaria, unida y sorora, y que nos da a conocer a una sociedad que antepone la diversidad colectiva ante el individualismo binario, que acoge la diversidad en vez de reprimirla. Quizás esta sea una sociedad que solo queremos en la ficción y en los cuentos…
Lo infantil siempre se ha cubierto de finales felices, de risas y sentimientos agradables, para favorecer un desarrollo evolutivo óptimo, seguro, fuerte y estable a esas personas que han abierto los ojos a un mundo que necesita una ciudadanía resistente y resiliente. Este desarrollo debe acompañarse, cada vez más, de la realidad familiar actual, como nos enseña Soy una niña (Ismail, 2016). En este cuento podemos ver cómo nuestras personas más pequeñas empiezan a verbalizar la necesidad de contar su realidad, su verdad a gritos, su identidad.
Tener en cuenta este desarrollo evolutivo posibilita, a su vez, llevar a cabo un repaso por las etapas por las que el sistema nos hace pasar y, así, ser conscientes del daño que nos causa. Debemos recordar que desde que nacemos un conjunto de acciones se ponen en marcha para definir el género y es ese mismo sistema el que puede oprimirnos en la preadolescencia, adolescencia, adultez o la madurescencia. Mi padre cree que soy un chico (Labell, 2018) nos lo enseña. Desde que nacemos nos imponen un sexo que determina nuestro género, y con él un sin fin de experiencias y acontecimientos que nos envuelven en un mecanismo de comportamientos que debemos reproducir. Es, por ello, que las infancias trans entierran a ese personaje para dar lugar a una persona real.
Pensar en este día es pensar, también, en las infancias trans, en el avance de una sociedad que camina a espaldas de las instituciones y que ha convertido lo que era una ficción en lo que ahora es una realidad.
Apostar por incluir en nuestras casas literatura infantil diversa es dar fuerzas y valor a nuestras niñas, como ocurre en Daniela pirata (Isern, 2017). Estas herramientas contribuyen a sortear todos los obstáculos que impone una sociedad machista y androcentrista a las niñas, a través de un modelo a seguir que no permite “salirse de sus páginas”. Con estos recursos conseguiremos infancias libres de estereotipos, que no sean agredidas o ninguneadas, y que tampoco sean agresoras y reproductoras de mecanismos dañinos y viciados.
¿Cuántas princesas no hemos visto en nuestra infancia? Pues el cuento ¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa? (Díaz, 2010) nos adentra precisamente en interesantes debates, por ejemplo cómo los colores nos instruyen, nos guían y nos sirven de modelo. Pone de manifiesto cómo el sistema vuelve a utilizarnos como objetos a su antojo. El único remedio, por lo tanto, es eliminar este patrón.
No podemos acabar sin nombrar dos de las novedades más llamativas de 2021. Por un lado, Mi sombra es rosa (Stuart, 2021) nos recuerda que es necesario escuchar a nuestro interior sin dejar que se esconda, lo divertido que es jugar con eso que siempre nos acompaña, nuestra sombra, y dejar de ser Peter Pan para ser nosotres mismes en el día a día. Qué enriquecedor para nuestras personas más pequeñas es, simplemente, “dejar ser”, para así construir infancias nutridas de miradas inclusivas.
Por otra parte, ¡Eso no es normal! (Pavon, 2021) es una lectura obligatoria. Su título no necesita muchas explicaciones. Solo necesita ser leído y llevar este debate a las grandes asambleas infantiles. Solo así nos daremos cuenta de que, si el mundo infantil se plantea que la “normalidad” no existe, las personas adultas no debemos hacer caso omiso porque, como dice el refrán: “Los niños La infancia no mienten”.
Sin duda, estos álbumes ilustrados no solo son necesarios para las personas más pequeñas y para el profesorado, son necesarios también para que las personas adultas recordemos que debemos cultivar a nuestro/a/e niño/a/e interior. Haciéndolo estaremos regando una mentalidad libre de estereotipos, sembrando la inclusión, la integración y la interseccionalidad.
Quizás es tiempo a enfocar nuestros ojos en las historias que cuentan verdades y realidades diversas, para pintar el arcoíris en el camino que estamos andando.
Díaz, R. (2010) ¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa? Thule.
Isern, S. (2017). Daniela pirata. Nubeocho.
Ismail, Y. (2016). Soy una niña. Corimbo.
Labell, S. (2018). Mi padre cree que soy un chico. Bellaterra.
Pavon, M. (2021). ¡Eso no es normal! Nubeocho.
Stuart, S. (2021). Mi sombra es rosa. Beascoa.